A todo cerdo le llega su San Martín, y en San Isidro han querido empezar la matanza, al olor de las revueltas árabes y de Islandia. El paralelismo no es tal: por muy mal que estén las cosas en España, seguimos viviendo muy bien, siendo el espejo en el que el norte de Africa se miraba. Sí, en Islandia el pueblo ha tomado el poder, pero cuarenta y siete millones de personas no pueden organizarse como lo hacen trescientas mil, ni los islandeses se han hecho ricos vendiendo bacalao, sino aprovechándose de la especulación, y que nadie dude que antes o después van a pagar por la cuenta que les trae, en efectivo o en especie.
¿Quiere esto decir que la llamada Spanish Revolution tiene más de romanticismo que de realismo? Todas las revueltas empiezan desde el deseo o la ambición, nada mueve mejor a las masas que la venganza, las ganas de hacer pagar a una clase política que ha demostrado con gran descaro su incapacidad con alevosía y prepotencia, pero todo esto, ¿va a llegar a alguna parte? ¿Llegará el domingo y se ofrecerá el indulto al porcino cabrón?
La respuesta tiene todos los visos de ser negativa desde mi punto de vista. Yo soy el primer desencantado. Después de tantos esfuerzos y sacrificios no he conseguido más que estar un año en paro. Pero sé que de esta situación sólo me voy a sacar yo, si quiero dejar de ser parte de esa generación perdida tengo que sacarme yo las castañas del fuego, no quejarme en el centro de España, exigir algunos de los más absolutos delirios esperando que venga alguien y los haga realidad. Necesitamos un cambio, no empezar a cebar otro cerdo.
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